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lunes, 26 de mayo de 2008

Sandro.No habrá ninguno igual -Río Negro online



Nació en los suburbios de la mano del rock y la balada hasta convertirse en una voz para América. Su estilo no tiene herederos y su vocación por la poesía y la sensualidad, lo convirtieron en un extraño caballero de la industria. Pasa por su momento más difícil, pero aun así, Sandro o Roberto Sánchez, no se rinde y sus fans esperan el milagro de su regreso.

La frase se ha transmitido de un fan a otro a través de generaciones. Todos se la adjudican a Sandro. Es nuestro caso, la escuchamos de labios de un colega que hoy vive y trabaja en Miami, quién, a su vez, la heredó de otro que vive y trabaja en Buenos Aires. Cuentan que Sandro respondió en el coqueto hall de un hotel cinco estrellas, hace ya unos años, ante un requerimiento del excelente redactor Camilo Sánchez: "El secreto, Camilo -y es por todos sabido que Sandro tiene por norma aprenderse de memoria los nombres de sus interlocutores antes de cualquier conferencia o entrevista- es llevar el smoking como si fuera un jeans y el jeans como si fuera un smoking". Palabra santa.

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno. Este es un hecho indiscutible que aparece revestido de una épica tanguera. Sandro fue el creador de un estilo que morirá una vez que su voz se apague. Las raíces que alimentaron al personaje que pasaría de llamarse Roberto Sánchez a simplemente Sandro, fueron tan múltiples y gruesas que ya nunca abandonaron al cantante en su derrotero por el mundo. Tratar de encasillar a Sandro tanto en el universo rock como en el de la balada, podría remitir a un error de cálculo.

A Roberto Sánchez, le gustaban las baladas tanto como el rock puro y visceral de los cultores norteamericanos. Algo que probablemente le sucedió a cualquier pibe de barrio de su época. Recordemos que Sánchez era un digno representante de la clase trabajadora argentina que a fines de los 50 se buscaba la vida sin protocolos. Algunos de sus amigos de juventud lo sitúan montado a un carrito con el cual hacía repartos en la zona sur. Su geografía de siempre.

Entre esquina y esquina estaba la vocación en estado bruto del artista. Y su vocación era sobretodo desarrollar un estilo. Ni siquiera poseía un instrumento puesto que guitarras, batería y bajo electrónico llegaron años después a su vida. Gustaba de los amigos y los amigos gustaban de su presencia

en las reuniones de fin semana, de sus anécdotas y finalmente de sus sueños. El más grande de todos vivir de la música. Poco importaba que ninguno de los miembros de la barra, que posteriormente pasaría a llamarse Los de Fuego, supieran tocar nada en especial. Como Los Pistols en los 70, Los de Fuego, primero se avalanzaron sobre los instrumentos y luego empezaron a dominarlos.

Por entonces Sandro quería convertirse en un eximio guitarrista y pasaba largas horas aprendiendo a serlo. Como suele pasar en estas historias, un imprevisto lo puso al frente del micrófono y así el cantante se fue transformando en el protagonista de la fiesta.

Sus primeros vínculos con la música no estuvieron exclusivamente impulsados por el deseo colectivo de imitar a los grandes del rock and roll norteamericano. Es cierto que Sandro buscaba convertirse en un reflejo latino de Elvis Presley, pero hay más. Estos pibes de clase humildes y entusiastas también se ilusionaban escuchando a Rosamel Araya y Antonio Prieto. Una dicotomía que la mayoría de los chicos de hoy no serían capaces de soportar ni de resolver musicalmente.

A la generación de Sandro esta de convergencia estilos le divertía sobremanera. La base de la concepción de musical del astro era una fusión creativa que aunaba culturas y pasiones. La rebeldía rock, por un lado, y la lozanía latina, por el otro, que entonces se refugiaba en canciones de amor desesperadas muy propias de una idiosincrasia que veía en el culebrón un estilo de vida.

El resultado fue, en el caso de Roberto Sánchez, una sumatoria que lo mantuvo en sus inicios vibrando con el rock, y que luego lo encontró comprometido con la balada. Sandro pudo erigirse en un exponente más de la canción romántica, tal el caso de Enrique Iglesias, Armando Manzanero o José Luis Perales. Pero no, él prefirió resignificar el relato amoroso alimentando su sonido con una energía más típica del rock y que años después, por ejemplo, observaríamos en el pop melódico y algo sucio de gente como Maná y Juanes.

Sandro había nacido con no pocas virtudes que le ayudaron a captar el fervor del público femenino. Sus actuaciones cargadas de erotismo provocaron raptos de histeria calcados a los que se veían en las performances de Elvis Presley y más tarde en las de los Rolling Stones y The Beatles. Las chicas locales también lloraban desconsoladas ante la presencia omnipresente del movimiento pélvico de su ídolo.

Sin embargo, Sandro no era una burda imitación de Elvis. Su carisma, su secreta determinación de volverse un artista con luz propia lo terminaron de ubicar lejos del pelotón de cantantes latinos que calcaban gestos ajenos.

Su ascenso recuerda a lo acontecido con algunas de las estrellas del tango. Sandro, como ellos, también tuvo su época de oro, y como ellos, supo construir con el gusto generacional su herramienta de expresión preferida.

Cuando las masas clamaban por un rock accesible, traducido, que hiciera palpable la locura adolescente de los músicos americanos e ingleses, Sandro se convirtió al género como lo haría un acólito en un templo. Sin embargo, no pasó demasiado hasta que los estudios, como él mismo, se percataron de que su figura estaba ampliándose hasta un grado inesperado. Sandro trascendió las barreras estilísticas y dejó de gustar exclusivamente porque semejaba un Elvis made in Argentina. Había llegado el momento propicio para ocupar el espacio que Araya, Manzanero, Prieto y tantos otros jóvenes románticos, se estaban repartiendo. Sandro funcionaba con maestría tanto en el terreno electrónico como en el acústico. Aunque finalmente elegiría probar con la balada un giro mortal del cual saldría bien parado. Hoy podríamos llamarla de muchas formas: balada intensa, poesía popular y exquisita vuelta canción de barrio, ópera de estética mundana, y más.

De camino al estrellato, Roberto Sánchez se disfrazó definitivamente de Sandro. Su consagración dependía de esto. Y a su modo, este cambió fue también una manera de evidenciar su maduración como hombre y artista. Sandro no pretendía pasar a la eternidad como el "muchacho", que colgaba de una ventana y nos hacía reir y gozar a todos. Su idea era ir progresivamente dejando aquel entrañable personaje para dar lugar a otro más sosegado: el paradigma del caballero arriba y abajo del escenario.

Las flores en el camerino de las artistas que él admira son un clásico de la farándula. También su gusto por un glamour exacerbado en ocasiones especiales como el festejo de un cumpleaños o la presentación de un disco, siempre atado a una la fórmula de oro: limusina, hotel cinco estrellas, champagne para los invitados y traje oscuro.

El anonimato de sus comienzos fue extinto por el voluptuoso apetito de una generación que exigía ídolos mediáticos. Como si cada continente debiera tener el suyo. Sandro fue permeable a eso por mucho tiempo, pero claro, él impuso las reglas del juego. Y esto explica la curva que describió su carrera.

Sandro no quería convertirse en un cadaver exquisito. Su imagen sólo apuntaba rebeldía en materia de movimientos y vestimenta, en lo demás, no había dejado la simpleza del barrio. En esos años agitados, alguna vez declaró a la prensa: "Vivo la canción, la siento...No hay nada prefabricado y me dejo llevar por el ritmo, por el ambiente, por el público, que -por cómo aplaude- debe gustarle mi forma de actuar...Otra cosa sobre la que ponen reparos, es mi modo de vestir. La verdad es que no me creo tan excéntrico. Me gusta ponerme botas de cuero...Llevar patillas algo largas...Pero no creo que esto pueda considerarse muy estrafalario si se tienen en cuenta atuendos y apariencia de tantos jóvenes que, sin ser artistas, usan vestimentas mucho más insólitas".

Años después, con mucha agua corrida bajo el puente, Sandro adoptaría el smoking como prenda predilecta. Sobre el escenario le sumaría la bata de seda roja, la rosa roja y la copa de champagne. Los que alguna vez vieron en Sandro la encarnación del pibe eléctrico, enchufado 24 horas por día a una toma de corriente, luego debieron aceptarlo como un señor de la noche, de gestos calmos y depurados. Este fue el método de supervivencia de uno de de los más grandes ídolos de la canción latinoamericana. Su recursos para, como diría Joaquín Sabina, pasar de todo y no pasar de moda.

Sandro jamás fue protagonista de un verdadero ocaso artístico como sí ocurrió con otros intérpretes y conjuntos que ahora capean el temporal del olvido interpretando viejos éxitos. Su poder de convocatoria, en rigor, fue mermando en la medida en que lo hizo su salud. Aunque también existieron motivos más íntimos para que su carrera no adhiriera a las reglas de la mercadotecnia moderna.

En alguna ocasión Sandro rechazó trabajar según los parámetros de las grandes discográficas que le imponían giras interminables y un nivel de exposición que El Gitano no estaba dispuesto a aceptar. Sandro no quería alejarse del vecindario. Quiera, por sobretodo, mantener sus costumbres nacionales, aun si esto implicaba resignar su influencia hacia las nuevas generaciones. Sandro, por el contrario, conservó intactas a sus nenas.

En 1984 volvió al ruedo y a los escenarios con un disco que en cierto modo explicaba un instante crucial en su carrera "Vengo a ocupar mi lugar". Entonces dijo: "Es un poco como decía Alberto Cortez, "cuando un amigo se va, queda un espacio vacío..." A ese sitio no lo llena nadie. En este mundo hay un lugar para cada uno y lo puede perder únicamente si un mismo quiere, produciendo malos trabajaos, haciendo mal las cosas, pero cuando se trabaja con dignidad y honestidad, el público sabe reconocer y el lugar está siempre a disposición. Por eso ese título de Vengo a ocupar mi lugar fue un poco una humorada".

Si bien Sandro continúa regresando una y otra vez para festejar hechos trascendentales, su carrera ya se había perfilado desde hacía décadas por un una senda sin retorno. En el nuevo escenario musical, desde fines de los 80 hasta la actualidad, Sandro ha debido compartir carteleras con los nuevos monstruos de la canción romántica como Luis Miguel, Ricky Martin, Chayanne, Alejandro Sanz, Ismael Serrano y hasta con el hijo de un conocido suyo, Enrique Iglesias. Sin contar a los sobrevivientes e incansables vendedores como Django, Julio Iglesias, Franco Simone y otros.

No es que no hubiera espacio para alguien de la categoría de Sandro, es que sobretodo su expresividad necesitaba emparentarse a un mundo que jugaba con otras reglas. Es Roberto Sánchez el que se queja de una sociedad que utiliza 200 palabras, que ignora la poesía, que carece de modales y que descree del esfuerzo de las orquestaciones.

Frente a la tempestad del rock & pop, El Gitano mantuvo intacto los principios de su estética. No obstante, algunos de sus pares rockeros no dejaron de homenajearlo como al pionero del rock en la Argentina que fue.



CLAUDIO ANDRADE

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