El largo adiós a una leyenda
Miles de personas acompañaron ayer el cortejo fúnebre de Sandro durante las tres horas que le insumió viajar desde el Congreso hasta Longchamps; hubo aplausos, llantos, desmayos e incontables muestras de devoción por el cantante.
Miles de personas acompañaron ayer el cortejo fúnebre de Sandro durante las tres horas que le insumió viajar desde el Congreso hasta Longchamps; hubo aplausos, llantos, desmayos e incontables muestras de devoción por el cantante.
Por Mauro Apicella De la Redacción de LA NACION
Luego de tres horas de caravana -tiempo que se tardó en recorrer el trayecto que separa el Congreso Nacional y el cementerio Gloriam, de Longchamps, entre miles de fans que se acercaron a saludar- se realizaron ayer por la tarde las exequias del cantante Sandro. Y tal vez porque fue ídolo de América y muchacho de Valentín Alsina se lo despidió, casi al mismo tiempo, como a una estrella de la música popular y como a un vecino.
Había comenzado un día antes con el velatorio en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional y continuado con un cortejo fúnebre que requirió la producción y los honores de un artista de su talla. Pero al ver a esa multitud que se acercó a la casa de la localidad de Banfield -donde Sandro vivió durante tantos años- para darle el último adiós, quedó la sensación de que se estaba despidiendo a un vecino querido del barrio. Quizás el más querido. A esto hay que sumar a todos los que se reunieron en Avellaneda, Lanús y Burzaco esperando tan sólo el paso de la caravana para observar en silencio, aplaudir o levantar tímidamente la mano y saludar.
El trayecto desde la ciudad de Buenos Aires hasta el cementerio duró tres horas. Sin embargo, nadie pareció querer demorar mucho el descanso definitivo del cuerpo del cantante. Ya había sido demasiado larga la lucha para mantenerse vivo, acompañada por una mezcla de fuerza, esperanza y, también, agonía. Desde que se conoció la noticia de que estaba en lista de espera del Incucai para recibir una donación de órganos hasta el doble trasplante de pulmón y corazón, y luego las últimas cirugías que le realizaron el último lunes, pasaron 21 meses de empeño por la vida.
De ahí que esta despedida no se dilatara demasiado. El mismo lunes por la noche se dispuso el traslado del cuerpo desde Mendoza, donde el músico había fallecido tras la última operación que le realizaron en el Hospital Italiano. Anteayer se realizó el velatorio en el Congreso, por donde se calcula que pasaron 40.000 personas. Y ayer, antes de las 14 (el horario originalmente previsto), partió el cortejo fúnebre que, a modo de procesión, recibió en su trayecto las más variadas expresiones de cariño para el ídolo. Hubo desde los primeros saludos en la avenida 9 de Julio, antes de subir al puente Pueyrredón y tomar la avenida Hipólito Yrigoyen en Avellaneda, hasta la muchedumbre que frenó la caravana en Lanús y en Banfield, o los ciclistas y motociclistas que acompañaron durante el último tramo del viaje, en dirección a Burzaco. Y no faltaron las flores que fueron arrojadas sobre el techo del automóvil que transportaba los restos del músico casi desde que comenzó el viaje.
Luego de tres horas de caravana -tiempo que se tardó en recorrer el trayecto que separa el Congreso Nacional y el cementerio Gloriam, de Longchamps, entre miles de fans que se acercaron a saludar- se realizaron ayer por la tarde las exequias del cantante Sandro. Y tal vez porque fue ídolo de América y muchacho de Valentín Alsina se lo despidió, casi al mismo tiempo, como a una estrella de la música popular y como a un vecino.
Había comenzado un día antes con el velatorio en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional y continuado con un cortejo fúnebre que requirió la producción y los honores de un artista de su talla. Pero al ver a esa multitud que se acercó a la casa de la localidad de Banfield -donde Sandro vivió durante tantos años- para darle el último adiós, quedó la sensación de que se estaba despidiendo a un vecino querido del barrio. Quizás el más querido. A esto hay que sumar a todos los que se reunieron en Avellaneda, Lanús y Burzaco esperando tan sólo el paso de la caravana para observar en silencio, aplaudir o levantar tímidamente la mano y saludar.
El trayecto desde la ciudad de Buenos Aires hasta el cementerio duró tres horas. Sin embargo, nadie pareció querer demorar mucho el descanso definitivo del cuerpo del cantante. Ya había sido demasiado larga la lucha para mantenerse vivo, acompañada por una mezcla de fuerza, esperanza y, también, agonía. Desde que se conoció la noticia de que estaba en lista de espera del Incucai para recibir una donación de órganos hasta el doble trasplante de pulmón y corazón, y luego las últimas cirugías que le realizaron el último lunes, pasaron 21 meses de empeño por la vida.
De ahí que esta despedida no se dilatara demasiado. El mismo lunes por la noche se dispuso el traslado del cuerpo desde Mendoza, donde el músico había fallecido tras la última operación que le realizaron en el Hospital Italiano. Anteayer se realizó el velatorio en el Congreso, por donde se calcula que pasaron 40.000 personas. Y ayer, antes de las 14 (el horario originalmente previsto), partió el cortejo fúnebre que, a modo de procesión, recibió en su trayecto las más variadas expresiones de cariño para el ídolo. Hubo desde los primeros saludos en la avenida 9 de Julio, antes de subir al puente Pueyrredón y tomar la avenida Hipólito Yrigoyen en Avellaneda, hasta la muchedumbre que frenó la caravana en Lanús y en Banfield, o los ciclistas y motociclistas que acompañaron durante el último tramo del viaje, en dirección a Burzaco. Y no faltaron las flores que fueron arrojadas sobre el techo del automóvil que transportaba los restos del músico casi desde que comenzó el viaje.
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