Por Gabriel Plaza
De la Redacción de LA NACION
"No quiero morir sobre un escenario. Por el contrario, me quiero morir en mi cama y si es posible durmiendo", decía Sandro en una entrevista.
El más que nadie, que había vivido todo lo que había soñado en su adolescencia, prefería que lo recordaran con esa frase de su canción: "Al final, la vida sigue igual". Así, con la imagen de siempre, cantando con la voz temblorosa, como una alegoría de su propia historia.
De esa manera, quedará su figura en el imaginario colectivo de los argentinos: en un sitial de privilegio, gracias a los 43 años de carrera que forjó como fenómeno popular.
En vida, Sandro consiguió instalarse en el Olimpo de las figuras populares que sólo alcanzaron algunos otros personajes carismáticos, como Bonavena o, en su máxima expresión mitológica, Carlos Gardel, a partir de una trayectoria que le permitió grabar alrededor de treinta discos y participar como actor ydirector de una docena de películas muy populares, como Subí que te llevo (1980), Muchacho (1970), Gitano (1970) y Quiero llenarme de ti (1969), entre otras.
"A los 17 años, yo ganaba en un rato la guita que a mi viejo le costaba dos meses conseguir laburando.
Subía a un escenario, cantaba rock, las minas me gritaban, tenía un auto sport y pensaba que Dios era mi secretario." Combatido durante mucho tiempo por los intelectuales, logró cautivar a las mentes afiladas a partir de un especial que hizo en Canal 13 llamado Querido Sandro (1990), en el que reunía artistas de diferentes vertientes para compartir extrañas duplas (así fue como llegó a tocar con Pappo). En esta década, se acentúa su carismática presencia en los escenarios. El furor crece hasta el punto de establecer nuevos hitos de convocatoria: entre octubre de 1998 y febrero de 1999, realizó un total de cuarenta funciones con localidades agotadas en el teatro Gran Rex, un récord histórico para esa sala. También fue revalorizado por el ambiente del rock a partir de sus participaciones en discos de artistas como León Gieco y de la reedición de sus trabajos junto con Los de Fuego, grabados durante los años60, que instalaron su figura en los sectores de clase media, para seguir generando un fenómeno social capaz de agrupar a mujeres y hombres de toda edad y clase social.
En su larga trayectoria, el cantor exhibió una capacidad notable para reinventarse una y otra vez. Primero fue el rebelde rockero émulo de Elvis Presley, después el muchacho de barrio que se convierte en estrella y, posteriormente, el gitano sensual, baladista romántico y estrella de cine capaz de derretir corazones. Con el tiempo, se trasformó en crooner maduro, histriónico y melodramático de los últimos años. Ese que fue idolatrado hasta por el propio Charly García, quien, durante un encuentro informal, lo calificó del mismo diablo.
Sandro dio siempre los pasos justos en los momentos indicados. Estaba en el bando contrario al Club del Clan cuando hacían estragos en los cerebros de los adolescentes de los años 60. Andaba por La Cueva cuando Moris empezaba a balbucear rock en castellano. Fue "el Gitano" con cierto halo prohibido y dionisíaco, cuando en la vereda de enfrente Palito Ortega encarnaba a su contrafigura ingenua y correcta.
Siempre fue afecto al desborde, la exageración, la buena música y la poesía. Era aficionado a Hemingway y amante de la música del cantautor Bob Dylan cuando los románticos de su tiempo preferían las fotonovelas. A pesar de ser un ídolo con identidad local, criado en Valentín Alsina, traspuso las fronteras del país en los años 70. Llegó al Madison Square Garden e incendió con su performance y sus movimientos pélvicos al mismísimo templo neoyorquino. En ese momento, hasta la contracultural revista Rolling Stone le dedicó una nota de una página entera al "Elvis latino".
Un ídolo del barrio
Sandro nació el 19 de agosto de 1945, a las 3 de la madrugada, en la Maternidad Sardá de Parque Patricios. Pesó 1,8 kg, por lo que tuvo que pasar varias semanas en una incubadora. Fue el único hijo de la pareja formada por Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo. Creció en un hogar obrero con un padre humilde y trabajador y una madre que le inculcó el gusto por la literatura (solía leerle todas las tardes Las mil y una noches). Uno de sus últimos discos se lo dedicó a ella: Para mamá. Una de sus maestras de la escuela primaria lo introdujo en el mundo fantástico de Monet, Cézanne, Bach y de Beethoven, al ver que tenía aptitudes artísticas como músico y dibujante.
Acostumbrado a una vida más mundana, buscó los oficios para poder sobrevivir y no llegó a terminar la secundaria. Sin embargo, no hubo entrevista, ya de adulto, en la que no resaltara la importancia de la educación pública y gratuita. Al abandonarla, a comienzos de los años 60, debió vivir de changas: trabajó de joyero, obrero metalúrgico, camionero y de cadete en una farmacia mientras participaba de los concursos de radio de la época y, más tarde, en el entonces considerable circuito de bailes en clubes de barrio, tanto en la Capital como en la provincia de Buenos Aires. Pero fue su primera aparición en televisión junto con Los de Fuego, en 1964, en el programa Sábados circulares, conducido por "Pipo" Mancera, la que desató el delirio de las adolescentes y el disgusto de los padres por sus movimientos provocativos. Desde allí, el fenómeno no hizo más que crecer. En los últimos años de su vida, habló de los conflictos sociales del país con su franqueza característica, apoyó los reclamos de piqueteros y asambleístas y sufrió en carne propia la confiscación ("el corralito") de su dinero: "Perdí porque nunca quise rajar la plata afuera".
Fue inteligente para mantener viva su propia creación a lo largo de los años y generar un misterio de su vida íntima. Se encargó de aclarar: "Siempre se habla del misterio de Sandro. ¿Qué es el misterio? Lo mío es el respeto por la gente que me eligió para transitar juntos el camino de la vida. Hay personas a las que no les interesa estar frente a la cámara y quieren seguir en el anonimato", decía a propósito del celoso resguardo de su privacidad.
La única concesión que hizo a sus admiradoras fue recibirlas una vez al año en el día de su cumpleaños, permitiéndoles sacarse fotos dentro de su casa amurallada en Banfield. Para promocionar su vida artística (su intimidad siempre fue caldo para los chimenteros que no soportaban su sobriedad para manejarse en ese terreno) sabía cuándo esconderse o irrumpir con apariciones fugaces en el ambiente de la noche porteña cada vez que se acercaba un ciclo de actuaciones, para los que las entradas se agotaban con meses de anticipación. Apoyado en historias simples, declaraciones de amor forjadas como pequeños dramas para ser actuados en escena, Sandro construyó su universo musical compuesto por más de 300 composiciones originales. Varias de ellas saltearon la barrera generacional: "Rosa, Rosa", "Así", "Penumbras", "Quiero llenarme de ti", "Te amo", "Mi amigo el Puma" o "Trigal". Siempre se reía cuando le preguntaban por la clave de su éxito con la audiencia femenina. "No les canto a todas, sino a cada una", decía. La historia de Sandro, el personaje que inventó Roberto Sánchez para ganarse la vida, nació con el sueño de un pibe de 12 años que idolatraba el rocanrol como gesto de rebeldía y se la pasaba imitando los gestos de Elvis. Un día, el tocadiscos se rompió y el chico siguió bramando "Hotel de corazones solitarios". Así nacería el mito. La transformación del muchacho de barrio al ídolo tercermundista en un país que lo convirtió en un paradigma popular. Ese que seguirá encendido, como el inextinguible fuego de un sueño que sigue ardiendo en sus canciones. "¡Al final, la vida sigue igual."
De la Redacción de LA NACION
"No quiero morir sobre un escenario. Por el contrario, me quiero morir en mi cama y si es posible durmiendo", decía Sandro en una entrevista.
El más que nadie, que había vivido todo lo que había soñado en su adolescencia, prefería que lo recordaran con esa frase de su canción: "Al final, la vida sigue igual". Así, con la imagen de siempre, cantando con la voz temblorosa, como una alegoría de su propia historia.
De esa manera, quedará su figura en el imaginario colectivo de los argentinos: en un sitial de privilegio, gracias a los 43 años de carrera que forjó como fenómeno popular.
En vida, Sandro consiguió instalarse en el Olimpo de las figuras populares que sólo alcanzaron algunos otros personajes carismáticos, como Bonavena o, en su máxima expresión mitológica, Carlos Gardel, a partir de una trayectoria que le permitió grabar alrededor de treinta discos y participar como actor ydirector de una docena de películas muy populares, como Subí que te llevo (1980), Muchacho (1970), Gitano (1970) y Quiero llenarme de ti (1969), entre otras.
"A los 17 años, yo ganaba en un rato la guita que a mi viejo le costaba dos meses conseguir laburando.
Subía a un escenario, cantaba rock, las minas me gritaban, tenía un auto sport y pensaba que Dios era mi secretario." Combatido durante mucho tiempo por los intelectuales, logró cautivar a las mentes afiladas a partir de un especial que hizo en Canal 13 llamado Querido Sandro (1990), en el que reunía artistas de diferentes vertientes para compartir extrañas duplas (así fue como llegó a tocar con Pappo). En esta década, se acentúa su carismática presencia en los escenarios. El furor crece hasta el punto de establecer nuevos hitos de convocatoria: entre octubre de 1998 y febrero de 1999, realizó un total de cuarenta funciones con localidades agotadas en el teatro Gran Rex, un récord histórico para esa sala. También fue revalorizado por el ambiente del rock a partir de sus participaciones en discos de artistas como León Gieco y de la reedición de sus trabajos junto con Los de Fuego, grabados durante los años60, que instalaron su figura en los sectores de clase media, para seguir generando un fenómeno social capaz de agrupar a mujeres y hombres de toda edad y clase social.
En su larga trayectoria, el cantor exhibió una capacidad notable para reinventarse una y otra vez. Primero fue el rebelde rockero émulo de Elvis Presley, después el muchacho de barrio que se convierte en estrella y, posteriormente, el gitano sensual, baladista romántico y estrella de cine capaz de derretir corazones. Con el tiempo, se trasformó en crooner maduro, histriónico y melodramático de los últimos años. Ese que fue idolatrado hasta por el propio Charly García, quien, durante un encuentro informal, lo calificó del mismo diablo.
Sandro dio siempre los pasos justos en los momentos indicados. Estaba en el bando contrario al Club del Clan cuando hacían estragos en los cerebros de los adolescentes de los años 60. Andaba por La Cueva cuando Moris empezaba a balbucear rock en castellano. Fue "el Gitano" con cierto halo prohibido y dionisíaco, cuando en la vereda de enfrente Palito Ortega encarnaba a su contrafigura ingenua y correcta.
Siempre fue afecto al desborde, la exageración, la buena música y la poesía. Era aficionado a Hemingway y amante de la música del cantautor Bob Dylan cuando los románticos de su tiempo preferían las fotonovelas. A pesar de ser un ídolo con identidad local, criado en Valentín Alsina, traspuso las fronteras del país en los años 70. Llegó al Madison Square Garden e incendió con su performance y sus movimientos pélvicos al mismísimo templo neoyorquino. En ese momento, hasta la contracultural revista Rolling Stone le dedicó una nota de una página entera al "Elvis latino".
Un ídolo del barrio
Sandro nació el 19 de agosto de 1945, a las 3 de la madrugada, en la Maternidad Sardá de Parque Patricios. Pesó 1,8 kg, por lo que tuvo que pasar varias semanas en una incubadora. Fue el único hijo de la pareja formada por Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo. Creció en un hogar obrero con un padre humilde y trabajador y una madre que le inculcó el gusto por la literatura (solía leerle todas las tardes Las mil y una noches). Uno de sus últimos discos se lo dedicó a ella: Para mamá. Una de sus maestras de la escuela primaria lo introdujo en el mundo fantástico de Monet, Cézanne, Bach y de Beethoven, al ver que tenía aptitudes artísticas como músico y dibujante.
Acostumbrado a una vida más mundana, buscó los oficios para poder sobrevivir y no llegó a terminar la secundaria. Sin embargo, no hubo entrevista, ya de adulto, en la que no resaltara la importancia de la educación pública y gratuita. Al abandonarla, a comienzos de los años 60, debió vivir de changas: trabajó de joyero, obrero metalúrgico, camionero y de cadete en una farmacia mientras participaba de los concursos de radio de la época y, más tarde, en el entonces considerable circuito de bailes en clubes de barrio, tanto en la Capital como en la provincia de Buenos Aires. Pero fue su primera aparición en televisión junto con Los de Fuego, en 1964, en el programa Sábados circulares, conducido por "Pipo" Mancera, la que desató el delirio de las adolescentes y el disgusto de los padres por sus movimientos provocativos. Desde allí, el fenómeno no hizo más que crecer. En los últimos años de su vida, habló de los conflictos sociales del país con su franqueza característica, apoyó los reclamos de piqueteros y asambleístas y sufrió en carne propia la confiscación ("el corralito") de su dinero: "Perdí porque nunca quise rajar la plata afuera".
Fue inteligente para mantener viva su propia creación a lo largo de los años y generar un misterio de su vida íntima. Se encargó de aclarar: "Siempre se habla del misterio de Sandro. ¿Qué es el misterio? Lo mío es el respeto por la gente que me eligió para transitar juntos el camino de la vida. Hay personas a las que no les interesa estar frente a la cámara y quieren seguir en el anonimato", decía a propósito del celoso resguardo de su privacidad.
La única concesión que hizo a sus admiradoras fue recibirlas una vez al año en el día de su cumpleaños, permitiéndoles sacarse fotos dentro de su casa amurallada en Banfield. Para promocionar su vida artística (su intimidad siempre fue caldo para los chimenteros que no soportaban su sobriedad para manejarse en ese terreno) sabía cuándo esconderse o irrumpir con apariciones fugaces en el ambiente de la noche porteña cada vez que se acercaba un ciclo de actuaciones, para los que las entradas se agotaban con meses de anticipación. Apoyado en historias simples, declaraciones de amor forjadas como pequeños dramas para ser actuados en escena, Sandro construyó su universo musical compuesto por más de 300 composiciones originales. Varias de ellas saltearon la barrera generacional: "Rosa, Rosa", "Así", "Penumbras", "Quiero llenarme de ti", "Te amo", "Mi amigo el Puma" o "Trigal". Siempre se reía cuando le preguntaban por la clave de su éxito con la audiencia femenina. "No les canto a todas, sino a cada una", decía. La historia de Sandro, el personaje que inventó Roberto Sánchez para ganarse la vida, nació con el sueño de un pibe de 12 años que idolatraba el rocanrol como gesto de rebeldía y se la pasaba imitando los gestos de Elvis. Un día, el tocadiscos se rompió y el chico siguió bramando "Hotel de corazones solitarios". Así nacería el mito. La transformación del muchacho de barrio al ídolo tercermundista en un país que lo convirtió en un paradigma popular. Ese que seguirá encendido, como el inextinguible fuego de un sueño que sigue ardiendo en sus canciones. "¡Al final, la vida sigue igual."
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